Un extracto de lo que estaremos presentando en
septiembre próximo en Mendoza, "El
ideal del caballero medieval, en las obra de
Geoffrey de Monmouth y de Chrétien de Troyes, siglo XII"
anhelamos verlos ahí:
Portador
de una conducta dual: material e ideal, por un lado, pero al mismo tiempo,
profundamente espiritual; la imagen del Caballero medieval requería un
compromiso que sobre-determinan su oficio; era en gran medida un sempiterno
peregrino. San Agustín había insistido en ese propósito:
Un
hombre es responsable de su propia familia (…) Aquí es donde empieza la paz
doméstica, la ordenada armonía en torno a dar y obedecer órdenes entre aquellos
que están preocupados por los intereses de los otros; así, el marido da órdenes
a la esposa, los padres a los hijos, los señores a los siervos (…) Pero en
hogar del hombre justo que vive de acuerdo con la fe y se encuentra todavía en
peregrinaje, lejos de la Ciudad de Dios, incluso los que dan órdenes son los
siervos de aquellos a quienes parecen dominar. La razón es que no dan órdenes
por ansia de dominio, sino por una obligada preocupación por los intereses de
los otros, no por el orgullo de tener preeminencia sobre los demás, sino por
compasión al cuidar de ellos. (SAN AGUSTÍN, 1942: 681).
El ser nombrado caballero, era sin lugar
a dudas, un acontecimiento religioso de significativa trascendencia. Juramentar
sobre las reliquias de tal o cual santo, generaba un lazo indisoluble con las
potencias invisibles que en última instancia lo controlaban todo. Este vínculo
que amalgamaba a la caballería toda, y que daba su especificidad por sobre los
otros estamentos del complejo entramado social vigente. Encontraba su punto
culmine en las palabras de San Bernardo de Claraval , “Si, un nuevo género de milicia ha nacido, desconocido en los siglos
pasados, destinados a pelear sin tregua un doble combate contra la carne y la
sangre, y contra los espíritus malignos que pueblan el aire[1]”.
Lic. Fernando,
Cammarota.
Prof. Felipe, Stelzer.