viernes, 11 de octubre de 2013

La Brujería en el Occidente Medieval Un Análisis desde la Perspectiva de Género



17, 18 y 19 de octubre.

“I JORNADAS NORPATAGONICAS DE EXPERIENCIAS EDUCATIVAS EN CIENCIAS SOCIALES PARA LA ESCUELA SECUNDARIA; II JORNADAS PROVINCIALES DE GEOGRAFÍA, CIENCIAS SOCIALES Y EDUCACIÓN (NQN)”, Res. DESyF N° 1853/13.

Nombre de la mesa: La perspectiva de “géneros” en la investigación en Ciencias Sociales
Coordinadora: Sandra Usabarrena                                        



La Brujería en el Occidente Medieval
Un Análisis desde la Perspectiva de Género





“No, no iré. Porque allí donde está la mujer, se halla el pecado;
Allí donde está el pecado, se halla el demonio;
Y allí donde está el demonio, se halla el infierno.”
San Lugido, Subsidia Hagiographica.

Introducción

                              Cimentado por un vasto imaginario social[1] que responde a un complejo andamiaje, y solo a modo de síntesis,  podría afirmarse que la sociedad feudal, se encontraba dividida en tres estamentos u órdenes claramente delimitados, a saber: los/as que oran, los/as que guerrean y los/as que trabajan la tierra. De modo tal, la civilización feudal, que conoció formas disimiles de expansión y mutación, se caracterizó por inducir una síntesis entre diversos sujetos sociales cuyos componentes étnicos, lingüísticos, culturales y geográficos, no coincidían la más de las veces, posibilitando, retardando o impidiendo el progreso de disímiles formaciones sociales de producción. No obstante, el cristianismo vendría a dar cohesión a todo el Occidente Medieval. Para tal efecto, la Iglesia combatió, en Europa en general y en la Península Ibérica y Francia en particular, a numerosos movimientos que se le oponían, calificándolos como sacrílegos y heréticos. Sin embargo, el punto de inflexión sería el 5 de diciembre de 1484, cuando el Papa Inocencio VIII anunció la bula “Summis desiderantes affectibus” que consideraba la brujería como una herejía y por lo tanto sentaba las bases de una ininterrumpida política eclesiástica de persecuciones por más de tres siglos -hacia las prácticas de hechicería- institucionalizando la guerra contra las mujeres. En este contexto, Ulrich Molitor, circa de 1498, confirmaba la pena capital sobre la secta de las brujas, “ya que por su apostasía y su corrupción, esas mujeres han renegado completamente de Dios y se han entregado al Diablo[2]”. Varios pasajes bíblicos, se encaminaban en esa dirección, pero ninguno de forma más precisa que Éxodo 22.18; No dejarás que la bruja viva.
Así, la sociedad medieval acentuó la dominación masculina a través de la doctrina moral cristiana, como una forma ontológica, de menospreciar a la mujer, al aseverar la clasificación del sexo femenino como secundario, débil y por lo tanto propenso a las tentaciones demoniacas, imponiendo al mismo tiempo, las convenciones androcráticas heredadas del derecho romano y también arraigadas en las tradiciones germánicas. Al decir de Iris Marion Young, los grupos que gozan de estos privilegios -en nuestro caso la Iglesia y la Caballería Feudal ambos estamentos dominados por el sexo masculino- se comportan como si tuvieran derecho a hablar y ser escuchados, y los demás integrantes de una sociedad, los tratan como si tuvieran ese derecho y por último, disponen de los recursos materiales, personales y organizativos que les permite mantener ese privilegio[3].
El extenso y tumultuoso período que va desde el siglo  XV hasta el siglo XVII, ha ganado relevancia entre los debates historiográficos de los últimos años, pues se advierte, como  punto cardinal de una lenta transición hacia la modernidad acaecida en la Europa Occidental. Será precisamente, durante esta etapa, cuando el fenómeno de la brujería tendrá su pináculo. Pues aparece enérgicamente, en las mentalidades de la época, la necesidad de romper los lazos que la atan a la antigüedad. De modo tal, terminar con aquellas prácticas que escapaban al control de las autoridades y del nuevo orden que se estaba gestando, sería la prioridad de la autoridad eclesiástica vía El Tribunal del Santo Oficio, es decir La Inquisición. En este contexto, la categoría mujer se incorpora a la sociedad medieval en forma diferencial y con fortísimos ánimos de exclusión, pues no han sido totalmente incorporadas en lo humano[4].
De tal manera, el presente trabajo intentará dar cuenta sobre los principales elementos del fenómeno de la Brujería en el occidente europeo. Más precisamente, aquellos que se refieren a la intervención sobre el cuerpo de los/las sujetos acusados y acusadas de practicar la hechicería y de realizar pactos con Lucifer. Es importante,  resaltar que las primeras víctimas de inculpaciones sobre Brujería serán mujeres, y que buena parte de la violencia ejercida se cometió sobre ancianas que sin duda eran inocentes. Esto nos obliga a indagar al respecto; ¿por qué es la mujer el principal objetivo de esta persecución? No se pretende, sin embargo, llegar a responder acabada y definitivamente este interrogante, empero anhelamos sí generar un punto de partida para futuras investigaciones sobre el tema en cuestión.


[1] Compartimos la línea de pensamiento de  Jorge Belinsky, en su: Aproximación indirecta: Lo imaginario en la perspectiva de Jacques Le Goff. De tal forma, lo imaginario puede definirse como conjunto de representaciones y referencias —en gran medida inconscientes— a través de las cuales una colectividad (una sociedad, una cultura) se percibe, se piensa e incluso se sueña, y obtiene de este modo una imagen de sí misma que da cuenta de su coherencia y hace posible su funcionamiento.

[2] Véase: Ulrich Molitor, Des Sorciers et Devineresses, 1489, p 81.


[3] YOUNG, Iris Marion, “Vida Política y Diferencia de Grupo”, en: CASTELLS, Carme, (Comp.), Perspectivas feministas en teoría política, Barcelona, Paidós, 1996, p. 112.


[4] Véase: BUTLER, Judith, Deshacer el Género, Barcelona, Paidós, 2006, p. 63.

Lic. Cammarota Fernando
Universidad Nacional del Comahue
Facultad de Humanidades
Centro de Estudios Clásicos y Medievales